El día de hoy quiero compartir este hermoso versículo que encontramos en Salmos 62:8 (RV1960):
“Esperad en él en todo tiempo, oh pueblos;
Derramad delante de él vuestro corazón;
Dios es nuestro refugio.”
Muchas veces hemos escuchado la frase “esperar en Dios”, pero no siempre logramos comprender lo que realmente significa, sino hasta que tenemos una petición constante delante de Él, y poco a poco empezamos a entender la profundidad de estas palabras.
Hace unas semanas, mi pequeño de seis años estaba algo preocupado porque su dientecito no se caía. Estaba en esa etapa en la que ya se movía, pero no terminaba de salir, y eso le inquietaba. Le dije: “Hay que esperar pacientemente. Cuando Dios lo disponga, ese dientecito se va a caer.” Pero los días pasaban y él, cada día, se lo movía, tratando de ayudar a que se cayera.
Yo, que ya conocía el proceso, podía esperar con paciencia a que ese momento llegara. Pero en él pude ver la preocupación. Lo presentaba en oración cada noche antes de dormir y le contaba a todos en la familia sobre su diente. Eventualmente, el dientecito se cayó y él estuvo muy contento.
Después de ver eso, desde mi posición como mamá—como alguien que sabía lo que vendría y que sólo tenía que esperar su proceso y su tiempo—me pregunté:
¿Será que, así como mi pequeño, muchas veces mi corazón y mi mente también se impacientan, se preocupan y esperan resultados inmediatos de cosas que, naturalmente, toman tiempo?
¡Y honestamente, creo que sí!
Preferiría, con todo mi corazón, que mis oraciones fueran respondidas en días y no en meses o años. Sin embargo, así como yo, con ternura y amor, guiaba a mi hijito, así también nuestro Dios nos guía, acompaña y protege en esos momentos de espera.
Cuando la angustia quiere entrar a nuestro corazón y anhelamos resultados inmediatos, Dios nos invita a esperar en Él.
Eso es lo que Su Palabra nos recuerda hoy:
“Esperad en él en todo tiempo.”
No en angustia ni preocupación, sino en Él.
Derramando nuestro corazón todo el tiempo. Porque Él es nuestro refugio.
Y creo que una de las lecciones más importantes que estoy aprendiendo como hija de Dios es a confiar en Él en los valles, cuando la promesa tarda, cuando aún no podemos ver la respuesta que tanto anhelamos.
Es también uno de los consejos más valiosos que quiero dejar a mis hijos: confiar en Dios en cada temporada. Así como lo guié con ternura en su espera por ese dientecito, quiero poder guiarlo a creer ciegamente en las promesas de Dios cuando sea adolescente enfrentando dificultades, joven en medio de pruebas o adulto luchando con los desafíos de la vida.
Hoy te animo, querida mamita:
Cuando veas a tus hijos—ya sean pequeños o adultos—titubear en su fe o querer bajar los brazos, que tu consejo siempre sea:
“Espera en Dios. Derrama tu corazón delante de Él. ¡Él es tu refugio!”
Espero que esta serie haya sido de bendición para tu vida, así como lo fue para la mía al escribirla.
Con amor y bendiciones,
Karina y el equipo del Club de Ayuda para Mamás
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